miércoles, 9 de abril de 2008

Hiriente memoria.






No era capaz de recordar en qué momento dejó de ser Lucía ( "la de los ojos verdes, la de las sábanas blancas, la de los espejos más hondos") para convertirse en Claudia ( "hiriente memoria repetida"). Pero tenía que recordar para poder seguir viviendo, para seguir hacia delante , para no detenerse.



En lo más hondo de aquella mujer que había llegado a ser, una niña de 17 años aún temblaba acurrucada en una esquina con las manos llenas de caricias y de hojas secas, con los labios cubiertos

de cenizas y los ojos cerrados ("hartos de mirar sin ver ").



Día a día, en los momentos de consciencia y certidumbre, su vida parecía fluir con la rapidez del vertiginoso ritmo urbano. La ciudad, con su voracidad insaciable, la engullía entre sus fauces cada mañana, y las cosas que debían ser hechas se hacían, sin a penas detenerse a pensar por qué. Su familia, su casa, sus hijos su trabajo... Todos absorbían la energía que ella, generosa y eficiente, desplegaba alrededor de los que amaba. Todo parecía estar bien, tener un sentido.



Pero a veces, cuando cerraba los ojos y se dejaba llevar, abandonando los límites de la consciencia y sumergiéndose en los límites del subconsciente ( ese húmedo útero materno, oscuro y cálido) sentía que una voz del pasado la llamaba , envolviéndola en un suave arrullo...



Necesitaba encontrarle, desamordazarle, regresarle, hacerle formar parte de su vida. No entendía qué extraña fuerza la arrastraba hacia él ( que seguramente no tenía ningún interés en ser regresado, ni reencontrado...); hacia su recuerdo lejano y dormido en la memoria. Sólo sabía que sentía una enorme gratitud que la inundaba, como un río sin cauce y sin memoria, desbordándose... Tenía que hacérselo saber, allá dondequiera que se hallase.





Gracias por el amor
que un día me diste.
Un amor otoñal
con lluvia y soportales.
Un amor sin palabras,
sin ecos, sin caminos.
Un amor de silencios,
de roces temerosos,
de juvenil torpeza…
Gracias por ese amor
que nunca pidió nada,
y se quedó sin dar ,
por miedo a equivocarse.

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